¿El dinero da la felicidad? Esto es lo que dicen las estadísticas
Existe una vieja expresión que asegura que el dinero no da la felicidad a la que muchos le añaden la coletilla ... pero ayuda. La clave es saber cuánto y cómo puede llegar a ayudarnos a ser más felices. Existen multitud de estudios, con fórmulas matemáticas incluidas, que han tratado de dar una respuesta coherente a tal cuestión.
El dinero no da la felicidad: la paradoja de Easterlin
Existe incluso una corriente (la conocida como economía de la felicidad) que trata de medir la relación entre las fluctuaciones de la economía y la felicidad de la gente. Su impulsor es Richard Easterlin, quien en 1974 expuso la llamada paradoja de Easterlin que, en resumidas cuentas, viene a defender que el dinero no da la felicidad. Easterlin estudió los datos macroeconómicos de diferentes países y su relación con su nivel de felicidad para concluir que, en un país en el que sus ciudadanos tienen todos sus servicios básicos cubiertos, un aumento en el nivel de riqueza no trae consigo un aumento de la felicidad. Señalaba que los países con mayor nivel de renta no tienen por qué ser aquellos en los que la gente sea más feliz.
Del lado de Easterlin hay también otros estudios, como el realizado en el año 2007 por los profesores del IESE y de la Universidad de California, Manuel Bacells y Rakesh Sarin, quienes titularon sus conclusiones de manera rotunda ‘Definitivamente, el dinero no da la felicidad’. Para ellos, a pesar del avance económico las personas se sienten menos satisfechas. Lo explican a través de lo que llaman proceso de adaptación y la comparación social.
Las tesis en favor de la relación entre dinero y felicidad
Pero no todos están de acuerdo con la afirmación de Easterlin. Uno de los estudios más recientes que tratan de medir la relación entre la felicidad y el dinero es el que ha realizado la Oficina Nacional de Estadística de Reino Unido, el equivalente al INE español. Este estudio concluye que a más dinero, más felicidad. El estudio se realizó con una encuesta entre los británicos de cuatro preguntas, que debían de puntuar de 0 a 10 su nivel de satisfacción, bienestar, ansiedad y felicidad. Así, se estableció la correlación y se concluye que efectivamente, cuanto mayor sea la riqueza en un hogar, mayor es su nivel de satisfacción, de bienestar personal y de autoestima.
Si bien lo que más llama la atención del informe es que no se determina esa felicidad por las cosas que tenemos si no por las que nuestra cuenta corriente nos puede permitir adquirir. La sensación de bienestar aumenta, dice el estudio, cuanto mayores sean los activos económicos tengamos en nuestro haber, como cuentas, acciones o depósitos bancarios, y no por las cosas de las que disponemos, como nuestra casa o nuestro coche. Parece, por tanto, que nuestra felicidad depende más bien de saber que podemos permitir adquirir más bienes que en el hecho mismo de poseerlas.
Mucho más tajante que el informe inglés es la investigación realizada por los norteamericanos Daniel W. Sacks, Betsey Stevenson y Justin Wolfers en 2013 bajo el título de The new stylized facts about income and subjetive well-being. En su informe concluyen que la relación entre el dinero y la felicidad es absoluta e incluso van más allá: afirman que para ser feliz hay que contar con un cierto nivel de ingresos. Según su estudio, los países más ricos son los más felices y los ricos se sienten más felices a medida que se hacen más ricos. Pasar de ganar 10.000 euros a 20.000 euros nos dará una gran satisfacción; sin embargo, para repetir ese nivel de felicidad, nuestro sueldo deberá aumentar no en 10.000 euros, si no en 20.000 euros. De ahí, aseguran, que los ricos siempre quieran más.
Si tenemos un coche viejo de nuestra época de estudiante, nos alegraremos cuando compremos uno nuevo y mejor; sin embargo, enseguida nos acostumbraremos a ese vehículo y lo asimilamos como nuestro modo de vida. La adaptación nos lleva a olvidarnos de que nos haremos a un nivel de vida más alto a medida que vayan aumentando nuestros ingresos y, cuanto más tengamos, más querremos.
Además, siempre nos estaremos comparando con aquellos que tienen más que nosotros. Al respecto señalan que se ha comprobado que los ganadores de la medalla de bronce son más felices que los que ganan la de planta, porque los terceros se comparan con los que no han llegado a ganar medalla mientras que los que quedan segundos se comparan siempre con los primeros. Para ellos, como para Easterlin, a partir de un nivel de renta determinado la felicidad no aumenta significativamente por mucho que lo hagan los ingresos.
En cualquier caso, el dinero es un medio necesario para vivir. Lo que ya cada uno deberá determinar es lo que considera necesario para vivir y poder ser feliz. Porque, de lo que no hay duda, es que no es más feliz aquel que más tiene sino aquel que menos necesita.