¿Tienes hambre? Pues no vayas al supermercado
Cada vez es más frecuente que diversos medios de comunicación nos desaconsejen hacer la compra en el supermercado antes de comer. ¿Es cierta esta afirmación o se trata de otro de esos bulos y mitos que corren como la pólvora por Internet? ¿Es real o da igual si vamos con hambre o no al supermercado?
Lo que dice la ciencia sobre comprar con hambre en el supermercado
Roy Baumeister es un profesor de la universidad de Florida State que ha realizado diversos estudios sobre la influencia de la alimentación en la toma de decisiones que realizan las personas sobre temas cotidianos. Así, ha probado con grupos de personas cómo afecta la comida, o la falta de ella, a la fuerza de voluntad de las personas, que es la que les permite en el supermercado ser más o menos inmunes a las ofertas y tentaciones que reciben en cada metro cuadrado.
En 2007, el profesor Baumeister llevó a cabo uno de sus tests, que consistía en hacer ayunar durante tres horas a un grupo de personas para, a continuación, hacerles pasar por una serie de pruebas que ponían a prueba su fuerza de voluntad (visionado de un vídeo aburrido o enfrentarse a estereotipos negativos, entre otras). El resultado observado fue que las personas sometidas a este esfuerzo tenían niveles más bajos de glucosa en sangre, situación que llevó al profesor a concluir que la fuerza de voluntad y el autocontrol requieren un cierto nivel de energía.
El profesor Baumeister realizó más experimentos sobre la materia, como otro que consistía en someter a un grupo de personas a una prueba consistente en interpretar el lenguaje no verbal de una mujer en un vídeo sin sonido, a la vez que sobre el mismo vídeo se mostraban determinados mensajes con el fin de desviar su atención.
Al acabar de ver el vídeo, a la mitad de los participantes se les hizo beber una bebida con azúcar y al resto con edulcorante, y se pidió al grupo la realización de una serie de tareas para valorar su fuerza de voluntad. El resultado de las personas que habían tomado la bebida azucarada fue superior a las que habían tomado la que llevaba edulcorante, lo que llevó a Baumeister a confirmar que la causa era una diferencia en su nivel de energía (mayor en las que tomaron azúcar).
Otros estudios, como uno realizado por la publicación “Proceedings of the National Academy of Sciences”, han demostrado la influencia de la alimentación sobre las decisiones que tomamos las personas. En este caso, estudiaron cómo afectaba la alimentación a ocho jueces de Israel dedicados a conceder o no la libertad condicional a los presos. La media de casos en los que la libertad condicional se concedía era del 35 por ciento, pero el estudio detectó una notable variación que coincidía con los momentos de descanso para la comida.
Resultó que tras el tiempo de descanso y pausa para la comida, las resoluciones positivas de los jueces se incrementaban hasta el 65%, es decir, casi hasta el doble de lo normal. La conclusión que sacaron fue que se debía a que el cerebro no estaba dispuesto a trabajar antes del descanso, lo que llevaba a los jueces a decidir la opción por defecto, es decir, el “no”, mientras que había una mejor predisposición a trabajar tras haber ingerido alimentos, y esto incrementaba las posibilidades del “sí”.
Tomar decisiones con hambre en nuestro día a día
En vista de los resultados obtenidos en los experimentos anteriores, al afectar el hambre o, mejor dicho, la falta de energía, a nuestro cerebro, lo mejor será dejar para ese momento las tareas que sean menos importantes y las que tengan un impacto menor en nuestras vidas.
Hacer la compra en el supermercado con hambre está visto que no es una buena idea, dado que nuestro cerebro estará menos alerta ante las ofertas y tentaciones que se nos plantean cada pocos metros. Las consecuencias se pagan en el presupuesto mensual, al comprar más de la cuenta, dejarse llevar por ofertas que no son tan beneficiosas para nuestros intereses o comprar cosas que no se necesitan o no se van a consumir.
Por tanto, es mejor organizarse para hacer la compra con un buen nivel de energía, ya sea en un supermercado tradicional o haciendo la compra online, para así tener el presupuesto bajo control y evitar desviaciones por no saber mantener a raya el autocontrol y nuestra fuerza de voluntad.