La elección adecuada de inversión y su costo de oportunidad.
La vida es un camino repleto de decisiones. En el mismo momento en el que nos levantamos, ya estamos decidiendo qué ropa nos vamos a poner para ir a trabajar; cuando buscamos una gasolinera para repostar, solemos escoger la más barata o aquella que nos da más confianza; cuando elegimos un plato de la carta de un restaurante, lo hacemos porque nos gusta o porque tiene un precio asequible, etc. Casi en cada segundo de nuestra vida, tomamos decisiones que pueden ser acertadas o no y que nos condicionan el resto de nuestra vida, aunque la importancia y relevancia de cada una de ellas sea muy diferente.
Lo que pocas veces nos planteamos es que la toma de una decisión implica renunciar al disfrute de otras alternativas que, incluso, pueden llegar a provocar una mayor satisfacción, aunque en el momento de escogerla no lo pensemos. Cuando, por ejemplo, compramos un coche diésel, estamos renunciando no sólo al disfrute del resto de coches del mercado, sino también al disfrute de un coche de gasolina del mismo modelo y diferente potencia cuando, en realidad, lo lógico podría haber sido que hubiésemos comprado un coche de gasolina ya que no vamos a hacer muchos kilómetros con él.
En realidad, esta renuncia acarrea un coste, aunque no sea un coste monetario para nosotros y, por tanto, no sea perceptible. Es el coste que supone no disfrutar de una de las alternativas entre las que podemos elegir y que en finanzas conocemos como coste de oportunidad que, además, es un factor muy importante a la hora de calcular la rentabilidad de nuestra inversión, aunque rara vez sea considerado por empresas e inversores.
¿Cómo calcular el coste de oportunidad en una inversión?
El coste de oportunidad desde el punto de vista de las finanzas se refiere a la rentabilidad que tendría una determinada inversión si consideramos la medición del riesgo. En general, el inversor acometerá una inversión si la rentabilidad obtenida es mayor que el rendimiento que le proporciona la mejor alternativa sin riesgo.
Si, por ejemplo, el bono español a diez años proporciona un rendimiento del 1,5% anual, el coste de oportunidad de mantener 1.000 euros ociosos durante un año será de quince euros, ya que será el dinero que dejaremos de obtener por mantenerlo en nuestras manos en lugar de invertirlo en el producto a priori más seguro, la deuda pública. Evidentemente, para una persona normal, tienen importancia otros factores como la posibilidad de mantener ese dinero por si hay que acometer un gasto inesperado o, simplemente, porque estamos ahorrando para darnos un capricho.
Del mismo modo, cuando estamos valorando la posibilidad de llevar a cabo una inversión, tendremos que tener en cuenta la rentabilidad que obtendremos por colocar nuestros capitales en un producto sin riesgo, al igual que también tenemos en cuenta otros factores externos como los impuestos y la inflación.
En este sentido, si asumimos un determinado riesgo para obtener por una inversión una rentabilidad del 2% cuando por deuda española podemos obtener un 2,5%, estaremos haciendo un mal negocio, pese a que, a priori, la rentabilidad puede parecer razonablemente buena; y ya no sólo porque el rendimiento obtenido es más elevado, sino porque hubiésemos estado más tranquilos de haber apostado desde el principio por el producto sin riesgo.
Una decisión mucho más habitual de lo que parece
En la práctica, no es sencillo calcular de antemano si la inversión ha sido rentable desde el punto de vista del coste de oportunidad, porque normalmente tampoco es fácil calcular los rendimientos que obtendremos por una inversión a lo largo de los años. Sin embargo, sí que es relativamente sencillo calcular si nuestra inversión ha sido correcta después de recoger sus frutos.
Las empresas y muchos inversores tienen que tomar diariamente decisiones de inversión y financiación, con el objetivo de optimizar al máximo posible los recursos disponibles y maximizar la rentabilidad de los proyectos. Por este motivo, tienen que tener en cuenta todos los costes asociados a cada alternativa, y ya no solo aquellos más evidentes, sino también aquellos costes ocultos asociados a cualquier elección, como el coste de oportunidad.