Subidas o bajadas de precios, ¿qué es mejor para tu bolsillo?
En prácticamente ningún momento de la historia, los precios se han mantenido inalterados de un año para otro. Pensemos en lo que podía costar comprar el periódico o una barra de pan hace 50 años y en cuánto cuesta ahora. Y pensemos en cuánto pagábamos por nuestra tarifa de móvil apenas cinco años y en cuánto pagamos ahora. Son las dos caras de la misma moneda, aunque con connotaciones muy diferentes: en la primera de ellas, la inflación ha provocado que paguemos más por los mismos bienes mientras que, por su parte, una mayor competencia entre compañías ha servido para que gastemos menos en nuestra factura de telefonía móvil.
Parece evidente pensar que el hecho de que los precios suban es una mala noticia para nuestro bolsillo, ya que tendremos que destinar una mayor cantidad de dinero al mismo bien, lo que en ocasiones ocurre sin un aumento de nuestros ingresos. En cambio, una reducción en el precio de un producto es una bendición, precisamente por lo contrario. Sin embargo, en determinadas circunstancias, la inflación es beneficiosa para la economía... y lo puede ser incluso para nuestro bolsillo.
¿Qué ocurre con las deudas cuándo se genera inflación?
Cuando compramos una vivienda a través de un préstamo hipotecario, tendremos que destinar parte de nuestra renta a pagarlo a lo largo de un periodo de tiempo más o menos largo y con un tipo de interés determinado. Conforme pasen los años, el interés al que está referenciado la hipoteca cambiará, por dos razones fundamentales: la evolución del euríbor, que tiene un efecto visible sobre la cuota mensual que pagamos (el tipo de interés nominal), y un cambio en la evolución de los precios, cuyo efecto es invisible para nosotros pero que es, asimismo, importante (el tipo de interés real).
Así, dependiendo de la situación en la que se encuentren los precios de un país en un momento determinado, el tipo de interés real de todas las deudas e inversiones aumentará o disminuirá. Visto desde otra perspectiva, dado que la inflación reduce el poder adquisitivo del dinero y la deflación lo aumenta, es como si ambos fenómenos modificasen en un porcentaje el valor que tiene el dinero en un momento determinado. Este interés se suma al interés nominal.
Por ejemplo, que los precios bajen (es decir, que se produzca deflación), suma un interés adicional a nuestras deudas, ya que cuesta más devolverlas porque el dinero vale más. Por el contrario, en contextos inflacionarios, el dinero vale menos, y nuestro esfuerzo por devolver las deudas será, por tanto, menor. En estas circunstancias, una familia que tuviese préstamos por devolver, preferiría que los precios subiesen ya que esto serviría para reducir la carga real de la deuda, incluso aunque el esfuerzo por comprar otros bienes fuese mayor.
Sin embargo, dado que los deudores se benefician de la inflación, los prestamistas son los que salen perjudicados. Esto es importante porque cuando contratamos un depósito bancario u otro producto de inversión, tenemos que restarle a la rentabilidad obtenida, el nivel actual de inflación.
¿Y para la economía?
La economía en su conjunto se beneficia de la inflación si hay muchas personas que tienen deudas. Dado que la inflación reduce su carga, los consumidores pueden destinar una mayor cantidad de su renta al consumo, lo que a su vez sirve para que las empresas contraten más empleados y aumenten su producción, lo que hace aumentar el Producto Interior Bruto. Este círculo virtuoso sirve mejora el crecimiento económico, pero provoca mayor inflación; cuando esto ocurre, las autoridades monetarias se ven obligadas a intervenir para enfriar la economía.
En este mismo escenario, la deflación provocaría un aumento del tipo de interés real, lo que haría más complicada la devolución de las deudas, y provocaría que más personas tuviesen que endeudarse para pagar sus deudas anteriores. Este círculo vicioso, conocido como deuda-deflación, provoca graves problemas para un país, que se encierra en una espiral con muy difícil solución.
En definitiva, aunque podamos pensar que un aumento de los precios es perjudicial para nuestro bolsillo y para la economía, no siempre tiene por qué ser así. En determinadas circunstancias y contextos económicos es más conveniente que suban los precios y, en otras, que bajen.